Las implicaciones bioéticas de esos
procedimientos, a pesar de los propósitos "humanísticos" de quien
anuncia curaciones espectaculares por este camino que pasa por la
industria de la clonación, son enormes y requieren un juicio sereno pero
firme, que muestre la gravedad moral de ese proyecto y motive su
condena inequívoca.
Ante todo, es preciso decir que la
finalidad "humanística" a la que se remite no es moralmente coherente
con el medio usado; manipular a un ser humano en sus primeras fases
vitales a fin de obtener material biológico necesario para
experimentación de nuevas terapias, llegando así a matar a ese ser
humano, contradice abiertamente el fin que se busca: salvar una vida (o
curar enfermedades) de otros seres humanos.
El valor de la vida humana,
fuente de igualdad entre los hombres, hace ilegítimo un uso meramente
instrumental de la existencia de uno de nuestros semejantes, llamado a
la vida para ser usado solamente como material biológico.
En segundo lugar, esta manera de actuar
cambia totalmente el significado humano de la generación, que ya no se
piensa y realiza en orden a la reproducción, sino que se programa con
fines médico-experimentales (y por eso también comerciales).
Este proyecto se alimenta con la
progresiva despersonalización del acto generativo (introducida con las
prácticas de la fecundación extracorpórea), el cual se convierte en un
proceso tecnológico que transforma al ser humano en propiedad para uso
de quien, en un laboratorio, es capaz de engendrarlo.
En la clonación humana con fines
terapéutico-comerciales, se altera la figura misma del "progenitor",
reducido al rango de prestador de un material biológico con el que se
engendra un hijo gemelo destinado a ser usado como suministrador de
órganos y tejidos de recambio.
Esta manera de actuar es contraria
incluso a la Convención europea sobre los "derechos del hombre y la
biomedicina", la cual, a pesar de permitir (y se trata de una opción que
consideramos lamentable y moralmente ilícita) la utilización de
embriones supernumerarios obtenidos con los métodos de fecundación
artificial, sin embargo prohibe su producción con fines experimentales
(art. 18 b). El hecho de que el Reino Unido no haya firmado aún esa
Convención no es motivo suficiente para subestimar el principio
expresado por la Convención europea, que sanciona el derecho de todo ser
humano a no ser engendrado para fines diferentes de la reproducción
misma.
En el caso que aquí estamos examinando,
además, no se utilizan los criterios de la experimentación, arriesgada o
no arriesgada, sino que se avala el principio según el cual sería
legítima una utilización del ser humano que implique su destrucción. Pero esa manera de actuar está en
flagrante oposición con los derechos del hombre, dado que permitiría
utilizar a un ser humano vivo para obtener de él células o tejidos,
aunque sea para el bienestar de otro individuo, incluso cuando eso
implica la muerte del ser humano utilizado.El principio que de hecho se introduce,
en nombre de la salud y del bienestar, sanciona una auténtica
discriminación entre los seres humanos según la medida de los tiempos de
su desarrollo (así un embrión vale menos que un feto, un feto menos que
un niño y un niño menos que un adulto), trastocando el imperativo moral
que, por el contrario, precisamente impone defender y respetar con el
máximo empeño a los que no son capaces de defender y manifestar su
intrínseca dignidad..
La civilización occidental, que ha
sabido emanciparse de las discriminaciones raciales y ha sancionado el
derecho de todo ser humano a ser tratado como miembro de la familia
humana, independientemente de sus condiciones de salud, edad y estado
social, ahora corre el peligro de permitir, con la mediación de la
tecnología, la llegada de una nueva barbarie. El proyecto de la clonación humana con
fines terapéutico-comerciales manifiesta el regreso del darwinismo
social en el que se fundó el racismo poeudocientífico de fines del siglo
XIX.
La práctica de la clonación no puede
encontrar ninguna legitimación ni siquiera en las discusiones referentes
a la identidad individual y personal del embrión obtenido en forma
programada en un laboratorio: se trata de un nuevo ser humano,
intrínsecamente orientado a su desarrollo y a su plena maduración
individual, que se actuaría si no se lo impidieran a sabiendas. Tampoco
tiene consistencia la referencia al hecho de que estos seres humanos en
fase embrional, destinados a proporcionar células y tejidos, no sean
capaces de sentir dolor: la ausencia de dolor no justifica la supresión
de un ser humano; matar a un hombre bajo anestesia seguiría siendo un
homicidio.
Es demasiado evidente que aquí,
apelando al criterio de la salud, se cuenta con la complicidad del
egoísmo colectivo: la estrategia lingüística con la que se quiere anular
el significado moral de la clonación humana (por lo que hoy se ha
introducido el término "cuerpo embrioide" para referirse al embrión
construido in vitro mediante la clonación y destinado a ser destruido
deliberadamente) manifiesta el disgusto originario frente a la
convicción de que se está proyectando engendrar, usar y eliminar a uno
de nosotros.
En cambio, es preciso tener la valentía
de mirar a través del microscopio electrónico y reconocer que allí no
hay una célula cualquiera, no hay un material genético amorfo, sino que
hay un ser humano que inicia su camino vital. Los fines terapéuticos,
aunque fueran verdaderos y no sólo hipotéticos y sustitutos de delitos
reales, no justifican jamás el asesinato programado de un semejante o su
producción en serie. La lógica que domina en este proyecto
está vinculada al mercado biotecnológico, y no tiene nada que ver con el
momento cognoscitivo propio de la ciencia. No podemos olvidar que a
este resultado se ha llegado con la puesta en marcha de la procreación
artificial, cuando se procedió a separar el momento y el hecho
procreativo de la expresión del amor conyugal y personal: este hecho ha
entregado el embrión a la explotación biotecnológica y comercial.
La ciencia ha sabido encontrar, y
pensamos que puede encontrar, formas de terapia para las enfermedades de
base genética o degenerativa a través de otros procedimientos, como la
utilización de células estaminales tomadas de la sangre materna o de
abortos espontáneos, prosiguiendo las investigaciones en el campo de las
terapias génicas y recurriendo de nuevo al estudio sobre los animales:
si, por hipótesis, la única vía posible fuera, por el contrario, la de
la clonación humana, entonces sería preciso tener la valentía
intelectual y moral de renunciar a este camino, dado que imponer el
origen y la muerte de uno de nuestros semejantes para garantizar la
salud es un acto de injusticia que lesiona en sus fundamentos nuestra
dignidad y nuestra civilización.
Roma, 12 de Enero de 1999.
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